El Sol visita la constelación de Virgo, recordándonos que ha llegado el momento del año para depurar. Todos los excesos del ego que pudieron surgir como sombra mientras transitábamos Leo y recuperábamos nuestra identidad, ya no tienen lugar. El espacio otorgado a la expresión se ha reducido; estamos ingresando en una crisálida y la propia consciencia lo sabe. El Yo encuentra su sano límite.
La Virgen nos invita a replegar las energías otrora puestas en el exterior para digerir el aprendizaje que estamos viviendo. Aquí es donde no debemos caer en la fantasía de la desesperación por no ver inmediatamente la salida del laberinto. Comprender que atravesamos un proceso que es parte de algo más grande que nosotros mismos es la clave para este tránsito.
La virtud que Rudolf Steiner atribuye a este signo regido por el elemento tierra es la Cortesía, que nos lleva a la Sensibilidad.
Degustar con consciencia los alimentos que nos nutren es un práctico ejercicio para desarrollar la verdadera sensibilidad (Gudrun Burkhard - "Las Fuerzas Zodiacales: Su actuación en el alma humana").
A través de las vivencias de Virgo accedemos al don del Discernimiento. Esta herramienta tan preciada nos permite, en términos virginianos, "separar la paja del trigo" en cada situación que se nos presenta. Al discernir, logramos tomar decisiones desde nuestra esencia imperturbable, reconociendo pensamientos, emociones y acciones que nos confunden.
La recompensa de transitar nuestra consciencia por Virgo será salir de la crisálida, habiendo elaborado internamente nuestro bagaje emocional, para ascender al próximo nivel con la ligereza de una mariposa.
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